domingo, 26 de junio de 2011

COMPASIÓN


MI DESTINO... LA COMPASIÓN

Llamamos compasión a la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas, pero a menudo somos incapaces de llevar a la práctica lo que nos proponemos, y esa hermosa palabra muere sin haber dado sus frutos.
¿Qué es la compasión? La compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. Gracias a ella aspiramos a alcanzar la iluminación; es ella la que nos inspira a iniciarnos en las acciones virtuosas que conducen al estado del buda, y por lo tanto debemos encaminar nuestros esfuerzos a su desarrollo.
Si deseamos tener un corazón compasivo, el primer paso consiste en cultivar sentimientos de empatía o proximidad hacia los demás. También debemos reconocer la gravedad de su desdicha. Cuanto más cerca estamos de una persona, más insoportable nos resulta verla sufrir. Cuando hablo de cercanía no me refiero a una proximidad meramente física, ni tampoco emocional. Es un sentimiento de responsabilidad, de preocupación por esa persona. Con el fin de desarrollar esta cercanía es necesario reflexionar sobre las virtudes implícitas en la alegría por el bienestar de los otros. Debemos llegar a ver la paz mental y la felicidad interna que se deriva de ello, al mismo tiempo que reconocemos las carencias que provienen del egoísmo y observamos cómo este nos induce a actuar de un modo poco virtuoso y cómo nuestra fortuna actual se basa en la explotación de aquellos que son menos afortunados.
También resulta vital reflexionar sobre la amabilidad de los otros, conclusión a la que se llega asimismo gracias al cultivo de la empatía. Debemos reconocer que nuestra fortuna depende realmente de la cooperación y la contribución de los demás. Todos y cada uno de los aspectos de nuestro actual bienestar son debidos a un duro trabajo por parte de otros. Si miramos a nuestro alrededor y vemos los edificios en los que vivimos, las carreteras por las que viajamos, las ropas que llevamos y los alimentos que comemos, tenemos que reconocer que todo ello nos ha sido provisto por otros. Nada de eso existiría si no fuera por la amabilidad de tanta gente a la que ni siquiera conocemos. Contemplar el mundo desde esta perspectiva hace que crezca nuestro aprecio hacia los otros, y con él la empatía y la intimidad con ellos.
Debemos trabajar para reconocer la dependencia que sufrimos de aquellos por quienes sentimos compasión. Este reconocimiento les acerca aún más a nosotros si cabe. Hace falta mantener la atención para ver a los demás a través de lentes libres de egoísmo. Es importante que nos esforcemos por distinguir el enorme impacto que los demás causan en nuestro bienestar. Cuando nos resistamos a dejarnos llevar por una visión del mundo centrada en nosotros mismos podremos sustituir esta visión por otra que incluya a todos los seres vivos, pero no debemos esperar que este cambio de actitud se produzca de forma repentina.

Reconocer el Sufrimiento de Otros

Tras el desarrollo de la empatía y la cercanía, el siguiente paso importante para cultivar nuestra compasión consiste en penetrar en la verdadera naturaleza del sufrimiento. Nuestra compasión por todos los seres debe emanar del reconocimiento de su sufrimiento. Una característica muy específica de la contemplación de ese sufrimiento es que tiende a ser más poderosa y eficaz si nos concentramos en el dolor propio y luego ampliamos el espectro hasta alcanzar el sufrimiento de los otros. Nuestra compasión por ellos crece a medida que reconocemos su propio dolor.

Todos simpatizamos de forma espontánea con alguien que está pasando por el sufrimiento evidente asociado a una dolorosa enfermedad o a la pérdida de un ser querido. Es un tipo de sufrimiento que en el budismo recibe el nombre de sufrimiento del sufrimiento.

Sin embargo, resulta más difícil sentir compasión por otro tipo de sufrimiento —el sufrimiento del cambio, según los budistas—, que en términos convencionales consistiría en experiencias placenteras tales como disfrutar de la fama o la riqueza. Se trata de otro tipo muy distinto de sufrimiento. Cuando vemos que alguien alcanza el éxito mundano, en lugar de sentir compasión porque sabemos que un día ese estado acabará y esa persona deberá enfrentarse al disgusto asociado a toda pérdida, nuestra reacción más habitual suele ser la admiración y a veces incluso la envidia. Si hubiéramos llegado a comprender de verdad la naturaleza del sufrimiento, reconoceríamos que esas experiencias de fama y riqueza son temporales y portadoras de un placer fugaz que se esfumará y dejará al afectado sumido en el sufrimiento.

Existe también un tercer nivel de sufrimiento, aún más profundo y más sutil, que experimentamos constantemente, como consecuencia del carácter cíclico de nuestra existencia. El hecho de estar bajo el control de emociones y pensamientos negativos está en la misma naturaleza de esa existencia; mientras sigamos bajo su yugo, vivir es ya una forma de sufrimiento. Este nivel de sufrimiento impregna todas nuestras vidas, condenándonos a girar una y otra vez en círculos viciosos llenos de emociones negativas y acciones no virtuosas. Sin embargo, esta forma de sufrimiento resulta difícil de reconocer, pues no se trata del estado de desdicha evidente implícito en el sufrimiento del sufrimiento, ni lo opuesto a la fortuna o al bienestar, como apreciábamos en el sufrimiento del cambio. Este tercer tipo de sufrimiento, sin embargo, alcanza un nivel más profundo y se extiende a todos los aspectos de la vida.
 Una vez que hemos cultivado una profunda comprensión de los tres niveles de sufrimiento en nuestra propia experiencia personal, resulta más fácil desviar el foco de atención hacia los otros. Desde ahí podremos desarrollar el deseo de verles libres de todo sufrimiento.
 Cuando conseguimos combinar un sentimiento de empatía por los otros con una profunda comprensión del dolor que sufren, llegamos a sentir una verdadera compasión por ellos. Es algo en lo que debemos trabajar continuamente. Podemos compararlo con el proceso de encender un fuego frotando dos palos: sabemos que hay que mantener una fricción constante para prender fuego a la madera. De la misma forma, cuando trabajamos en el desarrollo de cualidades mentales como la compasión debemos aplicar las técnicas mentales necesarias para provocar el ansiado efecto. Abordar esta cuestión de modo fortuito no comporta ningún beneficio.
(extractos del libro El Arte de la Compasión)

viernes, 17 de junio de 2011

ESPERANZA





"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente".
Cuando todo parece terminarse y el panorama es de lo más oscuro, cuando la vida parece haber perdido su significado y no hay más nada que hacer; cuando nos sentimos acorralados por fuerzas superiores a las nuestras, surge la esperanza como recurso final para encontrar un nuevo rumbo, levantar la frente y continuar hacia adelante y renovar los esfuerzos para cumplir con la misión asignada por la vida.
La esperanza es un detonante. Cuando la tenemos se desencadena en nosotros un deseo de luchar, un ánimo especial para afrontar cada una de las actividades cotidianas, incluso las más difíciles. Ella nos permite adquirir el fuerte deseo de seguir adelante cuando nuestras fuerzas nos abandonan y la voluntad necesaria para renunciar a nuestros sueños aún cuando el camino es una cuesta casi imposible de remontar.
Según Nietzche la esperanza es un estimulante vital muy superior a la suerte y de acuerdo con Séneca una esperanza reaviva otra. Y ambos tienen razón: la esperanza es un detonante para ponernos en marcha y enviarnos a trabajar con fuerza detrás de un ideal. En la práctica trabajamos, nos movemos y actuamos porque tenemos la esperanza de llegar a alguna parte, de lograr un objetivo, de alcanzar una meta o hacer realidad un sueño.
La esperanza nos ayuda a soportar ciertos momentos de la vida en que la dificultad amenaza con destrozarnos el cuerpo y el ánimo. Además, nos brinda consuelo como un bálsamo en la herida y nos ayuda a pasar esos momentos de angustia en que parece que todo terminará y no resistiremos.
Según el diccionario la esperanza es un estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
La esperanza conlleva a tener una esperanza en el presente y una expectativa firme en el futuro y tiene una relación cercana con la fe. La esperanza consiste en un deseo y en la creencia firme en que éste se hará realidad. Cuando tenemos fe se apodera de nosotros la convicción de que nuestro deseo YA ha sido concedido. Creer es la base de la esperanza. Convicción y certeza es el sustento de la fe.
La fe tiene el beneficio de que nos lleva a considerar a dios como sustento y a considerar su palabra como cierta, sin ninguna duda. La esperanza nos da un margen para que luchemos con nuestras propias fuerzas y talento en busca de lo que Dios nos ha prometido. Por eso quien tiene esperanza alaba a Dios. Y además se regocija porque cosecha la siembra propia y la de su Creador. La esperanza renueva nuestras fuerzas y las refresca para la cotidiana jornada en que habremos de vernos la cara con sucesos nuevos y desconocidos.
La esperanza nos inspira, además, a una vida de pureza y a la perseverancia…es decir a recuperar el equilibrio después de cada tropezón o a levantarse después de cada caída.
La esperanza sana el alma desalentada y con seguridad será una amiga fiel que nunca nos abandonará ni desilusionará. Por eso debemos buscarla, crearla, a ella y defenderla de quienes por haberla perdido intentan desacreditarla.
Fuente: Alejandro Rutto

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